Lucrecia Fernández Bordos tenía solo 25 años cuando su vida cambió por completo durante una primera cita. Mientras charlaba con un chico que apenas conocía, sufrió un ACV hemorrágico. “No me acuerdo de nada de esa noche. Si él no hubiese actuado tan rápido, no sé si la contaba”, reconoce hoy.
La noche del 16 de enero empezó como cualquier otra. Lucrecia había invitado a su casa a un joven que había conocido semanas antes en una fiesta. Habían intercambiado algunos mensajes, pero aún no se conocían en profundidad. Según le contaron luego, estaban conversando y se estaban dando un beso cuando, de repente, comenzó a vomitar y a perder el conocimiento. “Fue un vómito en proyectil, perdía el conocimiento y volvía en mí. Hasta llegué a acusarlo de haberme drogado”, relató.
La reacción del joven fue clave: llamó al padre de Lucrecia y al SAME. En menos de una hora, ya estaba internada. Los médicos detectaron una malformación vascular congénita que había provocado el ACV. Pasó más de dos semanas en una clínica, conectada a cables y sin recordar lo que había ocurrido. “Me desperté, vi a mi papá y le pregunté: ‘¿Qué me pasó?’”.
Aunque no le quedaron secuelas graves, su vida cambió. Debe cuidarse, evitar esfuerzos y no puede viajar sola ni en avión. Pero sobre todo, aprendió a valorar lo simple: “Poder lavarme los dientes sola es algo que hoy agradezco”.

El chico con el que estaba aquella noche siguió en contacto durante su internación, pero nunca volvieron a verse. “Quizás no quiere ponerse en el rol de héroe, pero fue fundamental. Mis amigos dicen que fue mi ángel. Yo solo sé que le di una historia que nunca va a olvidar”.