Matías Peralta Proske compartió en en Rivadavia Resistencia 88.1 su conmovedora historia de vida, marcada por la violencia, la institucionalización y la lucha por encontrar un hogar. Desde los cinco años, sufrió "violencia por parte de mi padre biológico, de lo que vos te imagines" y "castigos y golpizas, algo de todos los días". Un episodio que él denomina "la gran explosión", cuando su padre prendió fuego al patio de su casa, llevó a que él y sus dos hermanas fueran retirados y enviados a la Casa Cuna de Santa Fe.
En la Casa Cuna, Proske vivió durante seis años, desde los 5 hasta los 11. Describió el hogar como un lugar "bastante precario", donde "no teníamos ropa propia. Todo era compartido, el cepillo de dientes, ropa interior, ropa que usábamos en el día a día". La comida era "muy carcelero" y rutinaria. A pesar de no sufrir violencia por parte de las celadoras, lo definió como una "cárcel" porque "no sentía tal vez el cariño o la atención personal". Su objetivo de vida era "ser la figura paterna de mis hermanas" y "ser el chico más normal posible" para que "las personas no se fijaran en mí" por su origen.
Tras su paso por la Casa Cuna, Proske tuvo experiencias con familias recreativas, destacando el vínculo con la familia de Nelson, donde experimentó "tener cosas propias como una cama que me daban juguetes tal vez para mi cumpleaños o para una Navidad, sabiendo que ese juguete iba a ser mío". Sin embargo, la violencia reapareció en su vida. "Sufrí violencia un momento en los 6 años intentaron una revindicación con mi abuela materna que para nada fue exitosa y volví a sufrir violencia con mi abuela materna", donde su abuela lo hacía "ir a la calle o a pararme en la puerta de un supermercado a pedir monedas o a vender periódico". Él enfatizó: "Mi abuela no me veía como su nieto, me veía como una especie de mano de obra".
Más tarde, al vivir con su familia adoptiva, "vuelvo a sufrir violencia, pero por parte de mi padre adoptivo". Tuvo que ocultar esta situación durante cuatro años debido al "miedo constante de volver al hogar". Explicó que a medida que un niño crece en un hogar, sus probabilidades de ser adoptado disminuyen: "Mientras tu edad va creciendo, tu probabilidad de ser adoptado va disminuyendo". Atribuye esto a prejuicios arraigados que ven a los niños mayores como problemáticos. A pesar de la violencia, asegura haber perdonado a quienes le hicieron daño: "No soy una persona que guarde rencor ni odio, he perdonado a todas las personas que me hicieron daño".
Proske resaltó la importancia del apoyo que recibió. "El primer momento donde yo me sentía querido por una familia fue con las familias recreativas, y específicamente con la familia de Nelson". También mencionó a su psicopedagoga, CC, como "mi confidente", y a su madre adoptiva, a quien define simplemente como "mi mamá". Sobre la decisión que lo llevó a ser adoptado,recuerda el doloroso momento en que una jueza le preguntó si quería "irte a vivir a Rosario con tu mamá o quedarte a vivir en el hogar con tus hermanas", haciéndole sentir que "estaba abandonando a mis hermanas a su suerte". Su decisión de irse con su madre adoptiva, aunque dolorosa en el momento, fue un "salvavidas" para sus hermanas, ya que esto permitió que todo el grupo de hermanos fuera declarado en estado de adoptabilidad. Él mantiene un "vínculo muy hermoso" con ellas y su familia adoptiva. Actualmente, es autor del libro "Soy el Matías", cuyas ganancias destina a la donación a hogares.