La vida de la voz de "La vie en rose" estuvo llena de claroscuros. Fue una vida de autodestrucción, de éxitos y fracasos. Pero sin lamentaciones ni reproches. "Je ne regrette rien", dice uno de sus versos más conocidos, aunque Edith Piaf sí quiso mitificarse a sí misma. El éxito mundial "Piaf! The Show", un espectáculo basado en sus mejores canciones, y hecho con ocasión del centenario del nacimiento de la artista, llega el próximo 15 de julio a Madrid.
Edith Piaf nació el 19 de diciembre de 1915. Siempre se dijo que fue en mitad del pasillo del cutrichil familiar, en el 72 de la calle Belleville. Pero, según el libro Piaf, un mito francés, publicado por el periodista de Le Monde Robert Belleret, que intenta despojar la vida de la cantante de las semi-verdades con las que la cantante la adornó, nació en un hospital, en toda regla. Sí parece cierto que su padre, un acróbata alcohólico, al volver de la Primera Guerra Mundial tuvo que rescatar a la niña, que fue ciega los tres primeros años de su vida –de ahí su característica mirada perdida, que de mayor enmarcó en unas cejas que imitaban las de un travesti-, de la inmundicia en la que la mantenía su madre. La llevó a vivir a un burdel de confianza, de cuyas prostitutas Edith Piaf siempre habló con cariño.
Edith Piaf se convirtió en la cantante más popular de las décadas de los años 40 y 50. Sus melodías dolientes y con sabor a París canalla, que tan bien refleja su políticamente incorrecta L’étranger, llenaron grandes colosos, del Olympia de París –su escenario preferido- al Carnegie Hall de Nueva York. Con esa voz vibrante, voluminosa, libre, única que ha hecho inmortal a esta mujer menuda, y su don para escribir, nos dejó la unas 90 canciones y 11 películas.
A menudo, su vida amorosa determinaba los derroteros de la profesional, mezclando, como tantos, vida y arte. Tras su idilio con Leplée, al que asesinan por la espalda, el compositor Raymond Asso la rescató en una primera época de excesos, y la llevó de gira por Europa y Estados Unidos. Allí actuó ante Orson Wells, Judy Garland, Henry Fonda, Bette Davis o Marlene Dietrich.
Se cuenta que protegió a judíos de la deportación, y sus canciones se fueron convirtiendo en himnos callejeros. Cantó para los prisioneros de guerra -Cocteau le escribió a tal efecto El bello indiferente-, y en 1944 estrenó en el Moulin Rouge La Vie en Rose. Después, los existencialistas de París la escogerían como musa, y así se amplió su radio de fama también a los intelectuales.
Fue la cirrosis la que finalmente la socavó, primero obligándola a retirarse de los escenarios, lo que la sumió, una vez más, en la pobreza, y el 11 de septiembre de 1963, acabando con su vida. Dos millones de personas acudieron a despedirla al cementerio Père Lachaise. Y mientras Edith Piaf duerme el sueño eterno, su magnetismo sigue funcionando. En Francia, su figura es hoy incontestable.