Ringo Bonavena, un mito del boxeo al que el público sigue idolatrando

4 de abril 2021, 10:06hs

En la medianoche del 21 de mayo de 1976 Oscar Natalio “Ringo” Bonavena estaba jugando en el Casino Harrah's, en Reno, Nevada, Estados Unidos. Se sabe que recibió un mensaje que además de una provocación fue una trampa. Tenía todo programado para regresar a Buenos Aires la noche siguiente, por Aerolíneas Argentinas, vía Los Ángeles. Extrañamente, alrededor de las 6:30 AM de ese sábado 22 llegó con su automóvil Chevrolet, Montecarlo Cupé al Mustang Ranch, un burdel donde había vivido haciendo presentaciones casi circenses en los últimos meses. Todos los documentales e informes periodísticos coinciden que allí lo estaba esperando el mafioso dueño de ese lugar junto a varios guardaespaldas, entre los cuales estaba un tal William Ross Brymer. A él se le adjudicó haber disparado con una escopeta Remington 30-08 directamente al pecho del boxeador argentino. Allí quedó muerto Bonavena, dando paso al mito inextinguible de “Ringo”.

A casi 45 años de su muerte, la figura del boxeador Oscar Bonavena es una gigantesca muestra que suma admiradores, aun entre quienes solamente vieron algunas de sus peleas rescatadas de viejos archivos televisivos que fueran digitalizados. Los amantes de este deporte saben también que ese mismo día de su muerte, otro extraordinario pelador argentino Victor Emilio Galíndez, debía defender su corona en la ciudad de Johannesburgo. Y desde entonces se asocian ambos acontecimientos. En primer lugar porque Bonavena y Galíndez eran amigos entrañables. Pero además, por las circunstancias de esa pelea en territorio sudafricano.

La pelea de Galíndez debía empezar pocos minutos antes de las 22 hora local, las 17 en Buenos Aires. Desde hacía varias horas en la delegación argentina había llegado la noticia del asesinato de Ringo, pero por un acuerdo del equipo el único al que no se le avisó nada fue al propio boxeador, por temor a que esta noticia le quitara concentración. Esa noche, se vio una de una de las peleas más tremendas y sangrientas de la historia del boxeo mundial. El boxeador argentino enfrentó más de la mitad de la pelea prácticamente sin ver. Su sangre la limpió incontables veces frotándose por la camisa del árbitro (quien guardó esa casaca manchada como una pieza de Museo) hasta que en el último minuto del décimo quinto y último round, logró conectar un golpe furibundo para dejar nock out a su rival, Richie Kates. De esa manera épica retuvo su corona mundial de los medio pesados. Recién cuando volvieron a los vestuarios y los médicos le suturaban las heridas en su rostro le contaron del asesinato de su amigo. Los que allí estuvieron confiesan que Galíndez lloraba como un niño y gritaba: “esa última piña la metió Ringo; yo ya no podía ni sostener los brazos caídos y de algún lugar salió la fuerza para meter ese golpe”. Nadie pudo jamás podría atreverse a no creer lo que allí contó.

Una semana después de su muerte, el sábado  29 de Mayo de 1976, llegó el cuerpo de Bonavena a la Argentina tras febriles gestiones en el más alto nivel oficial, incluyendo Presidencia, Cancillería, Embajada y Consulados. El féretro solo permitía ver la parte del rostro ante el cual desfilaron más de 120.000 personas entristecidas, acongojadas en una ceremonia fúnebre realizada en el estadio Luna Park. Fue una despedida multitudinaria que, según los diarios de entonces calcularon en más de 120.000 personas; a la medida de la leyenda en que se había transformado.

Bonavena arrancó desde muy chico a entrenar. Tenía todo lo que se requiere para el boxeo. Era corpulento, de tronco piramidal, bíceps pronunciado, abdomen marcado, mandíbula angular y cuello ágil para esquivar golpes. Fanático de Huracán, el club de su barrio Parque de Patricios, allí aprendió a las órdenes de los hermanos Bautista y Juan Rago, quienes lo manejaron como amateur hasta llegar a ser campeón y representante argentino en los Panamericanos de 1963 en San Pablo. Fue entonces, en una pelea contra el norteamericano Lee Carr, le mordió la tetilla derecha a su rival. La Federación de Boxeo le retiró la licencia como castigo y por ello, que para hacerse profesional debió emigrar a Nueva York.

En 1964 realizó sus primeras 8 peleas de las cuales ganó 7 por nocaut y una por decisión unánime. Su nombre comenzaba a despertar interés en Estados Unidos, pero según él mismo contó, decidió volver porque extrañaba las comidas de su madre. Así en febrero de 1965 regresó a Buenos Aires con apodo incorporado, Ringo, en homenaje a su admirado Ringo Starr, el baterista de Los Beatles.

Su primera presentación en la Argentina sería frente a René Sosa en el estadio Bristol de Mar del Plata. Tuvo varias presentaciones más hasta que fue retador oficial del campeón argentino de la categoría Pesados, Gregorio “Goyo” Peralta. Esa pelea marcó el récord de asistencia aún vigente del Luna Park con 25.236 personas que pagaron sus entradas. Los cronistas aseguraron que si se sumaba a invitados especiales y los infaltables “colados”, ese 4 de septiembre de 1965, en el estadio había 30.000 personas.

Además de triunfar y llevarse el cinturón, Bonavena se transformó en un nuevo ídolo que además de pegar tenía actitudes que lo hacían un símbolo del ser porteño: era osado, transgresor, locuaz, chispeante, simpático, temerario, ocurrente, repentino, audaz, intuitivo e inteligente para sacar ventajas. Tales atributos lo llevarían a ser además de boxeador, un comerciante, showman, actor, cantante y hasta conductor de televisión. NO reconocía límites. Quería ir por todo y si había más, también.

Fue así que en 1967 se anotó en un torneo para ocupar la vacante que quedó en como campeón del Mundo de los Pesados,  cuando Muhamad Ali fue sancionado por no acatar la orden de ir a la Guerra de Vietnam. En este camino, su primera pelea fue en Frankfurt ante el alemán Karl Mildenberger a quien derrotó ampliamente. Luego fue Lousville, Kentucky, donde perdió por puntos contra Jimmy Ellis. Esto no detuvo su anhelo. Para conseguir la pelea contra Muhammad Alí se alió con otro personaje inolvidable, Héctor Ricardo García, propietario entonces del diario Crónica, Canal 11 de TV y Radio Colonia. En esos medios se mencionaba todos los días que era el norteamericano quien quería pelear con Bonavena (un invento) que fue seguido por los demás medios argentinos lo cual llegó hasta Estados Unidos y los productores vieron en este match un potencial show de gran repercusión. Todos los que saben de boxeo coinciden que aquella fue su mejor pelea. Fue en el Madison Square Garden de Nueva York, el 7 de diciembre de 1970. Se plantó de igual a igual con quien es considerado el mejor boxeador de la historia, llegó a tumbarlo y se mostró con una guapeza, velocidad y precisión destacables. Perdió recién en el último round. En aquel viaje y haciendo gala de la guapeza demostrada, acuñó una frase que hasta el día de hoy se la repite en diversos ámbitos: “Todos te aconsejan, todos te dicen cómo tenés que hacer pero cuando suena la campana te quedas solo y te quitan hasta el banquito…”.

Tuvo otras peleas memorables, por ejemplo contra Joe Frazier y Floyd Patterson, dos campeones mundiales a los cuales enfrentó como siempre dejando todo, pero sin llegar al éxito deportivo. Cuando ya los contratos no lo buscaban para grandes campeonatos sino más bien para shows que necesitaban atraer al público, conoció a un mafioso llamado Joe Conforte, dueño del prostíbulo Mustang Ranch de Reno, Nevada. Ese despreciable negocio estaba a nombre de Sally Burgess de Conforte esposa del mafioso quien por juicios y otras cuestiones pendientes no podía poseer bien patrimonial alguno. Bonavena tuvo que pelear con el ring rodeado de mesas con comensales borrachos, prostitutas casi desnudas, fumadores de habanos y marihuana, meseras en bikini y soportar que cualquiera de ellos arrojara comida sobre el ring. Allí se forjó la tragedia que terminó con su vida. El triángulo entre Joe Conforte, su esposa Sally y Ringo involucraba apuestas, drogas, alcohol y todo tipo de negocios turbios.

Sin embargo, a casi 45 años de su asesinato, la figura de Oscar Natalio Bonavena se acrecienta entre los amantes del boxeo. Ringo es un mito trasnmitido de una generación a otra. Nadie jamás, en este deporte, tuvo el desparpajo para promocionarse ni la guapeza para enfrentar las adversidades.

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