Ante una ola de calor que elevó el consumo de energía a niveles históricos, el gobierno argentino se vio obligado a importar electricidad de países vecinos. La demanda alcanzó los 24.500 megavatios hora (MVh), lo que puso al sistema al límite a pesar de que la potencia disponible superaba los 29.000 MVh. Brasil se convirtió en un proveedor clave, aportando más de 1.760 MVh, mientras que Chile, Bolivia y Paraguay contribuyeron con cantidades menores. Esta dependencia de la importación, sin embargo, genera una presión adicional sobre el sistema local, ya que la energía importada suele ser más costosa.
La situación destaca la fragilidad del sistema energético argentino y el fracaso de las políticas implementadas hasta ahora. El Plan Verano, diseñado para abordar el aumento en el consumo, no logró los resultados esperados, dejando al país vulnerable ante la alta demanda. Aunque las represas de Comahue y Salto Grande están comenzando a recuperarse gracias a la mejora de las condiciones hídricas, la importación desde Brasil fue esencial para cubrir el déficit. La mejora en la situación hídrica de Brasil permitió aumentar su producción hidroeléctrica.
El gobierno argentino importó 2.000 MW de energía desde Brasil, casi el 10% del consumo diario, para enfrentar la contingencia. Se descartaron otras opciones como barcos generadores de energía flotantes por falta de infraestructura. Los pronósticos de Cammesa indican que la demanda seguirá aumentando hasta el 16 de enero, con temperaturas que podrían superar los 40 grados en varias regiones. Si las importaciones no son suficientes, los cortes de energía podrían ser inevitables.
La dependencia de la importación de energía expone la necesidad de una revisión de la política energética argentina, donde la combinación de la sequía, la alta demanda y la falta de infraestructura local, hicieron necesario recurrir a la ayuda internacional. Se destaca el papel crucial de Brasil en este escenario, actuando como un salvavidas energético.