La confrontación política en Argentina alcanzó un nivel alarmante en el entorno digital, con un crecimiento exponencial del uso de insultos. En solo dos años y medio, entre enero de 2023 y junio de 2025, el número de insultos diarios en las redes sociales casi se duplicó, pasando de 22.000 a 42.000, lo que equivale a unos 1.750 insultos por hora. En total, se registraron 27,5 millones de agresiones de este tipo en el período analizado por la consultora Ad Hoc.
Aunque este fenómeno es transversal a todas las fuerzas políticas, el estudio titulado “La provocación permanente”, destaca que el presidente Javier Milei es el usuario no troll que más insultos posteó o compartió, con 1.589 en dos años, especialmente en X (ex Twitter). Su vocabulario frecuente incluye términos como “kuka”, “zurdo” y “ensobrado”, y genera preocupación por su lenguaje "guarro" y "lesivo para los oídos" en el ámbito político.
Esta creciente agresividad en el lenguaje responde a una búsqueda por destacar y "ser visto" dentro del vasto ecosistema digital. Diversos analistas sugieren que algunos actores políticos adoptan un lenguaje "chabacano" o "brutal" con la creencia de que les permite conquistar a nuevos votantes o proyectar una imagen de "genuinidad".
Sin embargo, esta modalidad tiene consecuencias profundamente negativas para la salud democrática. El insulto, al reemplazar el debate de ideas por la "descalificación y la humillación", "obtura el debate" y lo "empobrece". Al descalificar al otro, se elimina la posibilidad de diálogo y se profundiza la polarización en un país ya crispado.
La "modalidad penetra hacia abajo", llevando a apreciar cómo políticos, funcionarios o referentes de distintos ámbitos van mutando su discurso por uno un lenguaje más "berreta" que degrada la comunicación cotidiana en la sociedad. Además, existe el grave peligro de que esta espiral de agresividad verbal derive en violencia física. Como señalaba Diógenes de Sinope, "el insulto deshonra más a quien lo profiere que a quien lo recibe", contribuyendo también a la autodescalificación de quien lo emite.
Esta "epidemia muy peligrosa" no solo gana terreno en la arena política, sino también en los medios de comunicación, llevando el diálogo a un "barro de mediocridad" visible incluso en el Congreso. La preocupación radica en dónde terminará esta escalada de agresión y violencia que amenaza la convivencia social.





