Cada 3 de noviembre se conmemora el Día Internacional del Joyero y Relojero, una fecha dedicada a quienes, con talento y precisión, dan forma a obras que combinan arte, historia y técnica. Su trabajo, muchas veces silencioso y detallista, mantiene viva una tradición que ha acompañado al ser humano durante siglos.
El origen de la celebración se encuentra en el nacimiento de Benvenuto Cellini, reconocido escultor, escritor y orfebre italiano del Renacimiento. Nacido el 3 de noviembre de 1500, es considerado uno de los grandes maestros de la orfebrería, autor de piezas excepcionales como el crucifijo que Francisco de Médicis obsequió al rey Felipe II en 1576.
El oficio del joyero exige creatividad y destreza manual para diseñar, fabricar y reparar piezas únicas, desde anillos y collares hasta brazaletes o pendientes. En su trabajo emplean materiales nobles como oro, plata y piedras preciosas, logrando objetos que combinan valor material y simbólico.
El relojero, por su parte, dedica su labor a la reparación, restauración y mantenimiento de relojes, utilizando herramientas de precisión y conocimientos técnicos especializados. Su arte consiste en devolver el pulso del tiempo a cada pieza, equilibrando mecánica y sensibilidad artesanal.
Como dato curioso, la Horología es la ciencia que estudia y fabrica relojes. Entre los más valiosos del mundo figuran el Grande Complication 1160 de Breguet, tasado en 30 millones de dólares, y el Carat 201 de Chopard, valuado en 25 millones, verdaderos íconos del arte relojero.
