Julio, que ahora dirige grupos de apoyo para jóvenes y sus familiares, enfatizó el profundo daño que esta problemática genera en el hogar, señalando que "la sustancia o todo lo que sea aquello que se consuma y perjudica, donde más golpea, donde más lastima, es en la familia".
Julio explicó que tener un hijo adicto implica "tener un problema todos los días," ya que, en su afán por conseguir dinero para el consumo, el adicto empieza a "hacer un montón de cosas malas". Esto convierte la vida de la familia en "una vida muy difícil, muy dolorosa, de mucho sufrimiento". Describió el fenómeno de la coadicción, donde la familia termina sufriendo lo mismo que el adicto "pero sin consumir", consumiendo en cambio "nervios, broncas, iras" y la "frustración de ver como la familia se derrumba".
Una de las claves para enfrentar este flagelo es la unión de los padres, ya que los problemas comienzan con las culpas mutuas. Julio insistió en la necesidad de "tratar de reconciliar a papá y mamá y que puedan tomar decisiones juntos". Resaltó que la familia debe sanar sus propias heridas y entender que el proceso es bidireccional, puesto que "si la familia cambia, el adicto cambia".
Para concluir, el especialista en acompañamiento aconsejó a las familias a comprometerse activamente en el proceso de recuperación y a no esperar a que el adicto inicie el cambio, ya que la droga les ha quitado la voluntad. Su mensaje final fue claro: "familia, hay que comprometerse. El problema es familiar y tenemos que abarcarlo como familia". Solo así, instruyéndose y aprendiendo, podrán ser la "columna vertebral" que guíe al joven una vez que sale de la internación.
