Cada 1 de diciembre se conmemora el Día Mundial del SIDA, la primera jornada internacional dedicada a la salud y una oportunidad anual para reforzar la conciencia pública sobre el VIH, la prevención y el acceso equitativo a tratamientos. Esta fecha fue establecida en 1988, cuando la epidemia ya había provocado millones de muertes en todo el mundo, y desde entonces se mantiene como uno de los recordatorios más importantes del calendario sanitario global.
Durante esta jornada, organizaciones, comunidades y ciudadanos impulsan acciones de visibilización, lucen el lazo rojo como símbolo universal de solidaridad y participan en campañas de recaudación destinadas a investigación y asistencia. Desde 2021, ONUSIDA oficializó la denominación Día Mundial del SIDA, dejando atrás conceptos asociados a la “lucha” para poner el eje en la acción colectiva y el enfoque humanitario.
Los informes más recientes revelan avances significativos: mientras en el año 2000 apenas 685 mil personas con VIH tenían acceso a terapias antirretrovirales, hoy se calcula que más de 20 millones reciben estos tratamientos vitales, lo que demuestra el impacto de las políticas de salud pública y la importancia de la detección temprana. Aun así, la epidemia sigue cobrando vidas, especialmente en regiones vulnerables como África, donde la falta de recursos dificulta la atención.
Entender la diferencia entre VIH y SIDA sigue siendo clave para evitar confusiones y estigmas. El VIH es el virus que afecta progresivamente al sistema inmunológico, pero no todas las personas portadoras desarrollan SIDA si reciben tratamiento oportuno y continúan los controles médicos. El contagio se produce por fluidos sexuales, sangre o transmisión perinatal, mientras que no existe riesgo a través de la saliva, el contacto cotidiano o el intercambio de objetos, un mito que persiste pese a décadas de información científica.
La prevención continúa siendo la herramienta más eficaz, con el uso del preservativo como medida central, la reducción de prácticas de riesgo, la adopción de estrategias como la PrEP para personas con alta exposición y el acompañamiento médico permanente. En paralelo, diversas figuras públicas que viven con VIH, como Magic Johnson, Charlie Sheen o Conchita Wurst, han contribuido a visibilizar la condición y a combatir la discriminación, recordando que la información salva vidas y que el estigma sigue siendo uno de los mayores desafíos en la respuesta mundial al SIDA.





