Zapatero desde los 13 años, Germán Velgara construyó su historia entre costuras y calzados en Villa Ángela, donde aprendió el oficio que aún hoy sostiene con orgullo. En diálogo con Radio Facundo Quiroga, aseguró: “Doy gracias a Dios que aprendí este oficio. Me gustaba, me gusta y por eso lo sigo haciendo. Ya tengo casi 61 años y crié a mis hijos con esto”.
Con más de cuatro décadas en el rubro, Velgara subrayó el esfuerzo que implica su labor cotidiana: “No es para llenarse los bolsillos, está claro. Pero ayudé a mi familia con esto y es un orgullo”. Contó que uno de sus hijos también se dedica a la zapatería y colabora desde su casa: “Tiene sus hijos, no puede quedarse en el taller, pero me trae los trabajos cuando los termina”.
También compartió casos de clientela fiel que no quiere desprenderse de su calzado: “Tengo un señor que era almacenero, no quería abandonar sus zapatos. Tenía agujeros por todos lados, pero él quería que se los arregle igual”. Y destacó la exigencia técnica del oficio: “El zapatero tiene que amañarse, saber manejar sus manos. No es lo mismo que fabricar, esto es artesanal”.
Según Velgara, son las mujeres quienes más mantienen viva la zapatería: “Los zapateros vivimos gracias a las mujeres. Tengo clientas que tienen hasta 50 pares y me dicen: ‘Quiero que me arregles este porque es el que siempre uso’”. También trabaja con casos especiales: “Tengo un cliente con una pierna más corta que me trae sus zapatos ortopédicos para reparar”.
“Los insumos están carísimos, yo tengo que pagar alquiler, impuestos, vivir. Si no trabajo, no puedo pagar”, resumió. Y concluyó con orgullo: “Trabajo a conciencia. Tengo clientes que se fueron a España y cuando vuelven, me traen los zapatos para que se los arregle. Aunque parezca mentira”.





